lunes, 16 de marzo de 2009

RESEÑA HISTORICA, TURISTICA Y CULTURAL DE SATIVANORTE BOYACA - COLOMBIA



Vestida por las sombras del sol y la luna y de la noche, emerge allá en el fondo de las montañas sobre la orilla del desnudo Chicamocha. Una población que por su belleza arquitectónica estremece el alma de quien la visita y la contempla desde los cerros que la rodean, donde hace mucho tiempo Lupachoque y Ocavita la cuidaban, ese pueblo es SATIVANORTE. Tierra admirable, llena de tradiciones y leyendas, heredera de la más pura sangre Americana, por ende rebelde a toda servidumbre ve un día invadida su parcela por un blanco Valenciano. Luchas y pactos forjaron la convivencia con extraños. El Sativeño es la amalgama de razas: unas luchadoras, tenaces y endurecidas por las labores del campo y otras con la cruz a la espalda hace hogar en el frondoso y fértil valle.
Cuentan historiadores, sin ponerse de acuerdo y basándose en escritos de vetustos libros parroquiales, sobre la fundación de esta parroquia, acaeció en el año de 1683 y el primer bautizo el 20 de Junio, como también el bautizo de la parroquia con el nombre de PARROQUIA DEL SEÑOR DE SAN JOSE, como lo anota en los libros el Párroco fundador Pedro Ortiz Maldonado de Manos Albas.
Sobre el origen del nombre, versan diversas anécdotas y versiones, unas que toma el nombre de la región de “JATIVA” en honor a la población donde nació la fundadora Josepha de Castaño, quien para seguir viviendo de recuerdos placenteros, la bautiza con tal nombre, recordando la cuna y a sus antepasados, otros la derivan del vocablo SA = nombre de persona ilustrada y TIVA = capitán y así sería “GRAN CAPITANA”.
El entorno que forma el vecindario Sativanorteño ha guardado homogeneidad desde sus fundadores, solo ha cambiado de lugar su pila baustimal al indagar y buscar en el fondo del fértil valle solo se encuentran unas vetustas viviendas y vestigios de sus calles empedradas, también la torre del antiguo templo, como centinela y testimonio de la fe de sus moradores, señalando el sitio del antaño reino del Ocavita inerte.
Hoy hablamos del Quintal, porque allí un día del mes de Noviembre de 1933 un derrumbe anunciado por un “cura” pero escuchado como en los tiempos de Noe, destruyó la plaza con sus calles y casas, deslizándose lentamente como patinadores danzando en el hielo sin que nadie pudiera detenerla.
El templo, el cementerio, la casa cural, el colegio de las monjas se demoronaron como cera derretida por el fuego, todo se acabó “ya no vive nadie en ella” es la soledad y la muerte que rompe la ilusión del hombre y lo precipita como Dios lo trajo al mundo ante el eterno. Pero el hombre Sativanorteño, a pesar de estar incierto en el cosmos, tiene una dimensión espiritual. El espíritu emprendedor, La raza, su tenacidad, la constancia y la esperanza no fenecieron, quedaron intactos y viven hoy en el Quintal. Sátiva nuevo se levanta hoy con entereza y arrogancia en su nuevo lugar.
Las majestuosas e imponentes torres del nuevo templo se yerguen como astas símbolo del triunfo, después de vencer a la nueva naturaleza. Parece, que esta la ha dotado de belleza: La fuente de aguas termales junto al Chicamocha, vereda piscina probática es visitada con frecuencia por turistas y enfermos, quienes se desplazan de diferentes latitudes por carreteras y caminos hasta ella, en buena hora construida. Sitio de veraneo por su clima, frutales y su apacible silencio interrumpido por el río. A pocos minutos de este lugar se encuentra Suruba, estancia de visitantes y residentes quienes disfrutan de su clima y frutales. Abajo en las entrañas de las montañas y la rivera del Chicamocha encontramos Baracuta, bañada por la quebrada de Las Leonas principal surtidor de agua del Municipio y afluente del Chicamocha. Subimos media hora, encontramos la torre y ruinas de la antigua Sativanorte que se resiste en el tiempo como testigo mudo e inerte, de lo que fue el pasado pujante e inolvidable de la JATIVA. Laguna negra que en la montaña mora desde tiempos inmemoriales, orgullo de los Cochos, Téquita y Bataneros, cerca del Roblal donde nacen las Leonas que rugen entre las montañas, abriéndose paso en busca del Chicamocha, surtiendo de su invaluable líquido a toda la comarca; caminamos hacia el occidente y encontramos el Páramo de Güina, cumbres por doquier, cultivos de papa rasgados por río Güina quien se abre paso entre el verdor quebrantando el silencio con su ruido, anunciando que en la cumbre también hay vida, frailejones, siete cueros adornan sus montañas brindando a sus visitantes y moradores paisajes de colorido y esperanza. Bajamos luego por carretera pavimentada hasta el sitio Arbólsolo, mirador del parque nacional El Cocuy, giramos a la derecha y tomamos el camino de Ocavita desaparecido, llegamos al Alto que lleva su nombre y divisamos en la ontananza la nueva Sativanorte, quince minutos abajo giramos a la izquierda descendemos por carretera destapada a las veredas de Estancia, Jupa y Datal, cultivos de tabaco, frutales y exquisito clima que nos invita a visitar y explorar las inmensas montañas, donde el hombre Sativeño extrae de sus entrañas el preciado mineral negro azabache, “El Carbón” sustento de sus familias, vendido a la empresa Paz de Río en su mayoría y una parte a la población de Samacá, generando divisas para el desarrollo de nuestro Municipio; nos devolvemos cuesta arriba y tomamos la carretera central y bajamos a encontrarnos con el Sátiva nuevo, sus calles pavimentadas tranquilas, ofrecen a residentes y visitantes reposo y armonía. Su arquitectura hace de este remanso un granito de paz, a donde todos quieren volver y no salir jamás.